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26 Julio 2021

Neurobiología tras el placer musical

Los efectos que produce una melodía se reflejan en tres regiones cerebrales: amígdala, hipocampo y corteza auditiva, que están vinculadas con el procesamiento de emociones, aprendizaje y memoria, respectivamente.

Aunque el origen de la música sigue siendo un misterio, acentuado por la ausencia de melodías de épocas primitivas, los testimonios recopilados a través de la escultura y arquitectura prueban, de alguna forma, el desarrollo alcanzado desde tiempos remotos.

Se la consideró como un importante factor cultural que desempeñaba un papel fundamental en el aprendizaje de las capacidades expresivas y emocionales. Algunos filósofos griegos abogaron por su estudio, pero también por su control legislativo, al calificarla como “una fuerza tan potente como influyente”. 

Aristóteles pensaba que la música era necesaria para disciplinar la mente. Creía que cierto tipo de melodías eran más adecuadas que otras para producir sentimientos de armonía, orden y bondad, porque “imitan directamente las pasiones o estados del alma: apacibilidad, enojo, valor, templanza y sus opuestos y otras cualidades. Por lo tanto, cuando uno escucha algo que imita cierta pasión, es imbuido por la misma [1]”. 

Para Nietzsche forma, más que cualquier otro arte, “la realidad de la voluntad de poder. Es, en todas sus variantes, el estimulante de la vida. La armonía, ritmo y melodía se vinculan con la dimensión corporal y espiritual de las personas, es decir, es un fenómeno capaz de integrarlas, generando estados de bienestar, acción o quietud [2]”.

Los seres humanos parecen tener una musicalidad innata. La capacidad de comprender y obtener placer de patrones musicales complejos parece ser culturalmente universal y se expresa muy temprano en el desarrollo, tanto así que se la compara con el habla, la otra forma cognitivamente interesante en la que se utiliza el sonido.

Pero qué es lo que hace que las personas disfruten con la música. La ciencia ha descubierto que la correcta combinación entre las expectativas que se tienen sobre una pieza y la sorpresa generada al escucharla están detrás de este goce [3]. 

Para llegar a esta conclusión, un equipo de científicos de la Universidad de Bergen en Noruega estudió más de 80.000 acordes de 745 canciones clásicas de pop grabadas entre 1958 y 1991 y recogidas en una lista de éxitos de la revista estadounidense Billboard, que promueve la industria musical internacionalmente.

Utilizaron un modelo de aprendizaje automático de inteligencia artificial para cuantificar matemáticamente la incertidumbre y la sorpresa que provocaba en los oyentes la progresión de estos acordes. Además, quitaron la letra y la melodía de las canciones para evitar que pudieran reconocerlas. “De hecho, ningún participante lo consiguió”, reconoce Sinc Stefan Koelsch, profesor de psicología biológica y psicología musical en la Universidad de Bergen y uno de los autores del trabajo. 

Con el estudio de resonancia magnética funcional encontraron que el placer musical se reflejaba en tres regiones cerebrales: amígdala, hipocampo y corteza auditiva, que tienen un papel importante en el procesamiento de emociones, aprendizaje, memoria y sonido, respectivamente.

Hasta ahora, no se sabía por qué las expectativas sobre una canción pueden provocar satisfacción ya que, según los autores, la mayoría de las investigaciones anteriores se centraban solo en la influencia del factor sorpresa.

Durante mucho tiempo se creyó que núcleo accumbens, que procesa el sistema de recompensa, reaccionaba ante el asombro que sentían las personas al oír un acorde que no esperaban. “Sin embargo, esta área realmente no lo hacía por eso, sino por la incertidumbre en la mente de los oyentes, lo que provocaba que quisieran escuchar el siguiente acorde”.

Cuando un individuo percibe música no solo codifica las propiedades del sonido y sus relaciones, sino que también predice lo que se avecina. Por tanto, “las canciones que encontramos agradables son, probablemente, aquellas que logran un buen equilibrio entre saber lo que sucederá después y sorprendernos con algo que no esperábamos. Comprender cómo los distintos acordes activan nuestro sistema de placer en el cerebro podría explicar por qué ayuda a sentirnos bien”.

Desde la neurociencia “sabemos que la música es muy poderosa a la hora de activar cada una de nuestras estructuras emocionales y estos resultados demuestran que el deleite depende de la interacción entre los estados de expectativa retrospectiva y prospectiva”.

Esto significa que “con ella podemos ayudar a pacientes que padecen trastornos relacionados con las emociones, no solo la depresión sino también problemas provocados por estrés postraumático, ansiedad, abusos u otras causas. Tenemos un amplio horizonte a la hora de aplicar de forma sistemática y generalizada la música como terapia”.

Además, en el ámbito de la industria, estos hallazgos son “un elemento a explotar por compositores para encontrar la fórmula mágica para crear un futuro éxito. Bach o Mozart conocían la conexión exacta, por eso fueron notables al crear estructuras. Es posible que en un futuro no muy lejano, tengamos canciones producida mediante inteligencia y que los algoritmos se basen, en gran medida, en descubrimientos como este”, recalca Koelsch.

Para los autores, la capacidad para predecir es un mecanismo importante a través del cual secuencias sonoras abstractas adquieren significado afectivo y se transforman en un fenómeno cultural universal que llamamos música, con la que podemos comunicar información, incluso, sin que se vea distorsionada por las palabras.

Referencias:
[1] Aristóteles. La Política. Trad. Miguel Briceño Jáuregui. Colombia. Panamericana Editorial. 2000. 1337a, 10ss.
[2] D. Picó Sentelles, Filosofía de la escucha. El concepto de música en el pensamiento de Friedrich Nietzsche, Barcelona, Crítica, 2005, pp. 225-242.
[3] Cheung VKM, Harrison PMC, Meyer L, Pearce MT, Haynes JD, Koelsch S. Uncertainty and Surprise Jointly Predict Musical Pleasure and Amygdala, Hippocampus, and Auditory Cortex Activity. Curr Biol. 2019;29(23):4084-4092.e4. 

Por Carolina Faraldo Portus