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26 Agosto 2013

Estocolmo: el síndrome más famoso de la historia

Se trata de un trastorno emocional, cuya etiología aún se desconoce, en el cual se conjugan de manera perfecta la coerción, seducción y manipulación entre captor y rehén. 

Hace 40 años, la mañana del 23 de agosto de 1973, Jan Erik Olsson - un presidiario que se encontraba libre gracias a un permiso especial- armado con una pistola automática y explosivos se dirigió a una agencia del Kreditbanken en Norrmalmstorg en el centro de la capital de Suecia con el ánimo de efectuar un robo, pero al cruzar la puerta de la entidad bancaria las cosas se complicaron, lo que obligó al sujeto a atrincherarse, reteniendo en el lugar a cuatro personas que se encontraban allí en ese momento. 

La policía sueca actuó rápidamente. Se desplazó al lugar e inmediatamente acordonó el sitio con contingente técnico y francotiradores. Dos agentes entraron al lugar, lo que dio paso a fuego cruzado. Olsson respondió a los disparos, hirió a un oficial y tomó a los rehenes.

Para comenzar a negociar pidió la presencia de Clark Olofsson, uno de los criminales más conocidos del país que en ese momento cumplía una condena y con quien había coincidido en la cárcel, además de tres millones de coronas suecas, dos revólveres, chalecos antibalas, cascos y un vehículo.

Las autoridades del país aceptaron parte de sus exigencias y llevaron a Olofsson al banco, donde estaba escondido otro empleado que pasó a integrar el grupo de rehenes. Fue el primer evento criminal retransmitido en vivo por la televisión en Suecia, donde un atracador, un presidiario y cuatro empleados convivieron durante seis días, los últimos cuatro limitados a un espacio reducido, después de que unos agentes lograran colarse en la entidad y cerrar la bóveda para aislarlos.

Contrario a lo que puede pensarse, los rehenes entablaron una relación de complicidad con sus secuestradores. Jugaron a las cartas, entablaron lazos afectivos y emocionales e incluso llegaron a defender a sus captores en el juicio posterior. Ante la sorpresa de todos, Kristin Ehnmark, una de los rehenes, no sólo mostró su miedo a una actuación policial que acabara en tragedia, sino que llegó a resistirse a la idea de un posible rescate. Según decía, se sentía segura.

Tras seis días de retención y amenazas del secuestrador, la policía decidió actuar. A través del techo de la bóveda comenzaron a lanzar gas lacrimógeno lo que provocó la rendición de Olsson en pocos minutos.

Nadie resultó herido. Tanto Olsson como Olofsson fueron condenados y sentenciados, aunque más tarde se retiraron los cargos contra Olofsson, que volvería a delinquir. Jan Olsson, en cambio, tras cumplir 10 años de condena salió de prisión totalmente rehabilitado y con una multitud de fans y seguidores.

Durante todo el proceso judicial, los secuestrados se mostraron reticentes a testificar contra los que habían sido sus captores y aún hoy manifiestan que sienten más aterrados por la policía que por los ladrones que les retuvieron durante casi una semana. Esta serie de hechos acabaron dando nombre a un término psicológico de uso común en todo el mundo: el síndrome de Estocolmo, que se utiliza para referirse a rehenes que se sienten este tipo de identificación con sus captores.

El psiquiatra y criminólogo sueco Nils Bejerot fue quien acuñó e introdujo el término para describir este fenómeno psicopatológico, que no ha sido nunca caracterizado como un conjunto de signos y síntomas clínicos con entidad diagnóstica propia, ni dotado de un modelo descriptivo y explicativo siquiera tentativo. 

Otros investigadores que han estudiado el tema, señalan que se trataría de un vínculo interpersonal de protección desarrollado entre la víctima y el agresor, en un entorno traumático y de aislamiento estimular, a partir de la inducción en la víctima de un modelo mental, de naturaleza cognitiva y anclaje contextual, que tendría por funcionalidad prioritaria recuperar la homeostasis fisiológica y conductual del sujeto agredido y proteger su integridad psicológica. Es decir, buscaría re-equilibrar a la persona “agredida” a través de este trastorno transitorio de adaptación ante la presencia masiva de estresores interpersonales y de entorno. 

Otros autores, consideran que todavía existen lagunas respecto de este síndrome. Sin embargo, encuentran bastantes similitudes entre los estudios de casos de rehenes secuestrados que podrían ser utilizados como base de los criterios de diagnóstico. (Acta Psychiatr Scand. 2008 Jan;117(1):4-11)

La particularidad de este síndrome estaría centrada en un patrón de modificaciones cognitivas, en su funcionalidad adaptativa y en su curso terminal como resultado de los cambios psicológicos producidos en la víctima en diversas fases, desde que se inicia la situación traumática.

Para Bejerot este síndrome sería más común en personas que han sido víctimas de algún otro tipo de abuso, como rehenes, miembros de sectas, niños abusados psíquicamente, víctimas de incesto o prisioneros de guerra o campos de concentración. Sea cual sea la situación, el vínculo emocional con el maltratador sería, en realidad, una estrategia de supervivencia de los secuestrados.

El síndrome de Estocolmo puede también encontrarse en relaciones familiares, románticas, interpersonales e incluso laborales, porque el maltratador puede ser cualquier persona que esté en una posición de control o autoridad.

La gran característica de este trastorno emocional estaría dada por la justificación moral y el sentimiento de gratitud de un sujeto hacia otro de quien forzosa –o patológicamente- dependen sus posibilidades reales o imaginarias de supervivencia.

Si bien es cierto todavía no es posible establecer su etiología, lo que sí está claro es que este síndrome con historia es más que un mito urbano, en parte, por el número de casos de alta connotación pública que han dado paso al debate e intercambio de opiniones sobre un fenómeno que es fascinantemente difícil de entender.