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18 Diciembre 2006

Edvard Munch:

El grito de un pintor

El período entre 1848 y 1918 se caracteriza, en el terreno cultural y artístico, por la frustración de las esperanzas depositadas en las revoluciones de 1848, que generaron un repliegue de los artistas sobre sí mismos y la apertura de la conciencia de crisis, que anticipa el estallido de la Primera Guerra Mundial, verdadero cierre de siglo que se había inaugurado con las expectativas abiertas por la Revolución Francesa.

Inserto en esta época, el 12 de diciembre de 1863, nació cerca de Oslo (Noruega) el pintor y grabador expresionista Edvard Munch, quien creó más de 1.000 cuadros, 15.400 grabados y 4.500 dibujos. Sus evocativas obras sobre la angustia influyeron fuertemente en el expresionismo alemán de comienzos de siglo XX.

Edgard Munch creció en la capital noruega de Kristiania, que en 1925 cambió su nombre a Oslo como la conocemos en la actualidad. Su infancia no sólo estuvo fuertemente marcada por la muerte de su madre de tuberculosis, enfermedad que también terminó con la vida de su hermana mayor algunos años más tarde, sino que también por el fanatismo religioso de su padre, quien inculcó a sus hijos un profundo temor al infierno, lugar al que se serían condenados sin ningún tipo de perdón si cometían algún pecado.

Munch padeció durante su infancia una serie de enfermedades, pero nadie ha podido señalar, a ciencia cierta, qué tipo de patología lo afectaba, pues en su historial médico los diferentes diagnósticos hacen referencia solamente a “una grave enfermedad”.

La muerte de su familia, en particular la de su padre en 1889 mientras él estaba en París, lo afectaron mucho, incluso se piensa que pudo sufrir una probable reacción patológica de duelo, al no haber podido despedirse adecuadamente de su progenitor, con quien mantuvo siempre una relación difícil.

Estos hechos podrían explicar la oscuridad y el pesimismo de gran parte de la obra de Munch quien afirmaba que “la enfermedad, la locura y la muerte fueron los ángeles que rodearon mi cuna y me siguieron durante toda mi vida”.

Estudios posteriores han postulado que Munch padecía de trastorno bipolar, pero para el pintor esta especie de personalidad conflictiva y desequilibrada era la base de su genio creativo que lo llevaron a pintar obras como La niña enferma; La convaleciente; La madre muerta; El Grito; entre otras.

Sus numerosos viajes a París lo llevaron a conocer distintos movimientos pictóricos, por lo que no se demoró en crear un estilo propio que se caracterizaba por la fuerza expresiva de la línea, la reducción de las formas a la expresión más esquemática y por el uso simbólico del color, por lo que fue clasificado como simbolista.

El Grito (1893)

El pintor noruego señalaba “que así como da Vinci había logrado disecar cuerpos, él intentaba disecar almas”, por eso sus temáticas más frecuentes se relacionan con los sentimientos y las tragedias humanas como la soledad, melancolía, angustia, muerte y erotismo.

Su intención era captar imágenes a través del espíritu, no de los sentidos. El grito, titulado originalmente Desesperación, es su obra más conocida que ha sido considerada como un verdadero icono de la angustia existencial que representa la pintura anímica de Munch, donde se visualiza la desesperación omnipresente en la sociedad de finales de siglo XX con fuertes connotaciones de angustia y sentimiento apocalíptico que se proyectan hasta nuestros días, lo que demuestra fielmente la vigencia de este tema.

“Caminaba yo con dos amigos por la carretera, entonces se puso el sol. De repente, el cielo se volvió rojo como la sangre. Me detuve, me apoyé en la valla, indeciblemente cansado. Lenguas de fuego y sangre se extendían sobre el fiordo negro azulado. Mis amigos siguieron caminando, mientras yo me quedaba atrás temblando de miedo, y sentí el grito enorme, infinito, de la naturaleza”.

Así describió Munch el momento que dio origen a El Grito, la obra más famosa de un ambicioso ciclo de pinturas: El friso de la vida. En esta serie pretendió expresar, con un lenguaje nuevo, sus experiencias sobre el amor, la enfermedad, la muerte y la naturaleza, constantes temáticas en su obra.

Entre 1890 y 1908 se vio el apogeo de su obra. Posteriormente debió ser internado por constantes crisis nerviosas que sumadas a problemas alcohólicos derivaron en una fuerte depresión que lo obligaron a recluirse en una clínica de Copenhague por ocho meses

En 1909 se traslada a Ekely, una ciudad cercana a Oslo, donde vive cada vez más aislado en una especie de reclusión voluntaria, austeramente y rodeado sólo de sus amigos: las pinturas. Murió poco después de cumplir ochenta años.

El creador de El Grito que pintaba a “los hombres que siguen sufriendo y amando” a través de la soledad y la angustia que expresaban sus colores y formas sigue vigente en la actualidad, porque ese mismo “grito” es el que, lamentablemente, se sigue escuchando 100 años después.