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10 Abril 2006

Aspectos médicos de la crucifixión de Jesús

La interpretación médica moderna del evento histórico indica que Jesús estaba muerto cuando fue bajado de la cruz.

En la antigüedad, la crucifixión era una de las formas de castigo más común entre los pueblos paganos. Se cree que habría sido una práctica frecuente entre los persas, quienes gracias a Alejandro el Grande la introdujeron en Egipto y Cartagena, desde donde los romanos la conocieron y adoptaron.

A pesar de que la crucifixión no fue invención de los romanos, éstos la perfeccionaron como forma de castigo y tortura diseñada para producir una muerte lenta con máximo dolor y sufrimiento. Fue uno de los métodos de ejecución más crueles y degradantes, y se reservaba únicamente para esclavos, extranjeros, revolucionarios y los más viles criminales. La ley romana usualmente protegía a los ciudadanos del Imperio de la ejecución, con excepción de los soldados desertores.

En los tiempos modernos, la profesión médica se ha mostrado muy interesada en este tema y ha apuntado a determinar cómo los individuos sometidos a ella realmente mueren y, por supuesto, a menudo enfocan sus estudios en el caso de Jesús de Nazareth.

Desde 1870 en adelante, se han presentado al menos diez diferentes teorías al respecto y muchos artículos publicados sugieren varias combinaciones que llevan a postular que la causa de muerte de Jesús se habría provocado por insuficiencias cardiacas, respiratorias, metabólicas y psicológicas.

Cuando tan larga lista de teorías son propuestas para un problema en cualquier disciplina científica, a menudo se demuestra que no existe una clara evidencia que indique una respuesta certera y definitiva.

Los estudios médicos que tratan de explicar la causa de la muerte de Jesucristo, toman como material de referencia un cuerpo de literatura y no un cuerpo físico, donde las publicaciones sobre los aspectos médicos de su muerte se remontan al siglo I.

Hoy, gracias a los conocimientos actuales de anatomía, se pueden llegar a inferir los cambios fisiológicos padecidos por Jesucristo durante su pasión y muerte. Los relatos bíblicos de la crucifixión, descritos a través de los evangelios y documentación científica al respecto, describen que padeció y sufrió el más cruel de los castigos: el más inhumano y despiadado de los tratos que puede recibir un ser humano.

En la muerte de Jesús existieron varios factores que contribuyeron a su lenta agonía. Es necesario tener presente que fue una persona que sufrió politraumatismo y policontusiones desde el momento de la flagelación hasta su crucifixión, donde el efecto más notorio no era el dolor de sus brazos y piernas, sino que la interferencia que se producía en su respiración normal, sobre todo en la exhalación.

El peso de su cuerpo sostenido de los brazos y hombros extendidos, fijaban los músculos intercostales a un estado de inhalación que afectaba la exhalación pasiva, por lo que ésta era diafragmática y la respiración muy leve, lo que le habría producido hipercapnia, es decir, una gran concentración de dióxido de carbono en la sangre superior a lo normal.

El azotamiento producto de las diferentes laceraciones y la considerable pérdida de sangre habrían contribuido al shock hipovolémico, que provoca una disminución anormal del volumen de la sangre circulante, como se evidencia en el hecho de que Jesús estaba demasiado débil para cargar la cruz hasta el Gólgota, lugar de la crucifixión.

Su muerte fue asegurada por una punzada de lanza en su costado que le traspaso el pecho, desde donde salió sangre y agua, hecho que ha llevado a los médicos a concluir que el pericardio, saco membranoso que envuelve el corazón, debió ser alcanzado por la lanza o que se pudo ocasionar perforación del ventrículo derecho o, tal vez, había un hemopericardio postraumático, o representaba fluido de pleura y pericardio, de donde habría procedido la efusión de sangre.

El doctor José Antonio Lorente, especialista en Medicina Legal y Forense y profesor titular de Medicina Legal de la Universidad de Granada, realizó un examen forense “al cuerpo” de Jesús desde una perspectiva profesional y en base a datos objetivo postuló cuál habría sido, a la luz de los conocimientos actuales, el resultado de la autopsia médico-forense de una persona que hubiese muerto luego de sufrir las lesiones inflingidas a Jesús.

El facultativo concluyó que luego de una lenta agonía, la causa inmediata de la muerte habría sido “hipoxia-anoxia (disminución de la concentración de oxígeno en la sangre y ausencia total de oxígeno en la misma) cerebral como consecuencia de hipovolemia post-hemorrágica; de insuficiencia respiratoria mecánica (incapacidad para respirar adecuadamente por falta de movilidad); por graves lesiones en músculos intercostales y de insuficiencia cardiaca”.

Además, destacó que la causa fundamental del deceso se ocasionó por “múltiples heridas inciso-contusas, equimosis, erosiones, excoraciones y hematomas en la parte anterior y posterior del tronco”.

Es imposible llegar a saber con certeza la causa final o exacta de este deceso. Si bien los estudios médicos y científicos han hecho grandes aportes, éstos todavía son débiles, ya que no se ha podido recrear fielmente lo sucedido entre la Última Cena y la muerte de Jesús en la cruz. Por esta razón, varias publicaciones han llegado a la conclusión de que, a pesar de la evidencia no es posible establecer cómo y de qué morían los condenados a la crucifixión en tiempos romanos.

A juicio de los investigadores Piers Mitchell y Matthew Maslen, de la Facultad de Medicina del Imperial Collage de Londres, no es posible llegar a una conclusión única con los datos históricos y arqueológicos que existen actualmente. “Es probable que cada individuo muriera de una causa fisiológica diferente a la de otro”.