Influencia de la medicina en la obra literaria de Antón Chejov
Hipócrates, el más famoso médico de la Grecia antigua y autor de muchos textos de medicina, en su búsqueda por sistematizar esta disciplina, realizó una interesante comparación entre el ejercicio de la práctica médica y el drama, llegando a la conclusión de que en ambas intervienen tres actores: el paciente, el médico y la enfermedad.
Vale la pena preguntarse entonces si es esta la razón que explica por qué la literatura y la medicina han caminado juntas a través de los siglos, interesándose ambas en la vida y los problemas del hombre.
Los escritores han abrumado a sus personajes con un sin fin de enfermedades, con objeto de incorporar crisis y conflictos a los argumentos de sus obras y, a la inversa, los médicos han utilizado su experiencia clínica como fuente de inspiración de sus escritos. Algunos usaron accidentalmente a las patologías durante el desarrollo de una novela, mientras otros buscaron realizar estudios detallados sobre los efectos que la enfermedad causaba en el carácter de los personajes.
Asimismo, la literatura mundial ha reflejado a los médicos y su quehacer bajo aspectos muy diferentes. Hasta el siglo XVII, cuando la medicina comenzó a emplear métodos científicos, los especialistas habían sido blanco de sátiras. Ya en el siglo XX fueron presentados como personas heroicas que luchando contra la ignorancia, la corrupción y las tentaciones del dinero hacían lo imposible para ayudar a sus pacientes.
La especial actitud para estudiar la naturaleza humana es una de las principales razones que explican el acierto literario que con frecuencia demuestran poseer los médicos, ya que la práctica de la profesión fomenta el espíritu de observación, rasgo esencial que todo buen literato debe poseer.
Numerosos médicos, algunos de renombre mundial, se consagraron como verdaderos escritores, los que no establecieron una división entre las humanidades y las ciencias. Entre ellos podemos mencionar a Hipócrates, François Rabelais, Sir Thomas Browne, Tobias Smollet, George Crabbe, Johann Wolfgang von Goethe, Saint-Beuve, Blackmore, Oliver St. John Gogarty, Arthur Conan Doyle, Somerset Maugham, Louis-Ferdinand Céline, Antón Chejov y John Keats.
“La medicina es mi esposa y la literatura mi amante”
Antón Pavlovich Chejov médico, novelista y dramaturgo eslavo nació el 16 de enero de 1860 en Taganrog, un pequeño puerto provincial del Mar de Azov. Sus antepasados fueron plebeyos, pues su abuelo paterno fue un esclavo que, gracias a sus hábiles manejos, pudo comprar la libertad.
Su padre, Pavel, era un hombre mezquino, vendedor de escasos recursos que ejercía un rol bastante tirano dentro de la familia. Chejov no tuvo un hogar feliz.
En 1875 Pavel comenzó a tener serias dificultades económicas, su negocio quebró y se vio obligado a escapar a Moscú para evitar que lo encarcelaran. Toda la familia lo siguió, con excepción de Antón, quien se quedó en Taganrog para terminar sus estudios viviendo con un amigo de la familia a cuyo hijo daba lecciones a cambio de techo y comida.
Aunque no fue un estudiante sobresaliente, ingresó en una escuela de oficios para estudiar sastrería; obtuvo un número suficiente de lecciones como para ahorrar algún dinero, cuya mayor parte enviaba a su familia, que pasaba hambre.
Cuando tenía casi diecisiete años se vio atacado por una enfermedad grave, por lo que se interesó en la medicina y resolvió estudiarla en la Universidad de Moscú, lo que permitió que se reuniera con su familia.
Siendo estudiante comenzó a escribir cuentos y artículos humorísticos para periódicos y revistas bajo el seudónimo de Antosha Chejonte, y el dinero que recolectaba lo destinaba a su familia. Los relatos humorísticos y caricaturas de la vida en Rusia le hicieron ganar con rapidez fama de buen cronista.
Chejov se convirtió en médico en 1884, pero siguió escribiendo para diferentes semanarios. Comenzó a practicar la medicina como médico particular a la edad de veinticuatro años. Bien adaptado, interesado en el arte y en la ciencia, poseedor de un gran anhelo de vivir, se consideraba un hombre útil. Contradiciendo lo que afirman algunos críticos, no existió conflicto entre sus dos vocaciones. No sabía por qué había estudiado medicina, pero no se arrepentía de la elección, ya que ésta le confirió una gran experiencia y comprensión de la vida, experiencia que fue plasmando en sus diferentes personajes.
Le gustaba decir que la medicina era su esposa legítima y la literatura su amante. "Cuando me canso de una, paso la noche con la otra. Esto quizás no sea respetable, pero me salva del hastío y, además, ninguna de las dos pierde nada con mis infidelidades alternadas", escribía.
Aunque era un hombre de gran estatura y de aspecto vigoroso, las continuas privaciones minaron su salud y contrajo la tuberculosis antes de los treinta años. Desde un principio reconoció los síntomas, pero ocultó a su familia la naturaleza de la enfermedad y él mismo no le dio importancia a su afección, sabiendo que le sería imposible pagar la atención necesaria y que el prolongado tratamiento le significaría renunciar a la medicina y la literatura.
A pesar de su deteriorada salud, se negó sistemáticamente a abandonar su profesión, porque la consideraba indispensable para su escritura. Al respecto decía, “no dudo que la disciplina médica haya tenido una seria influencia sobre mi actividad literaria; ella amplío suficientemente el horizonte de mis observaciones; me enriqueció con conocimientos cuyo valor para mí, como escritor, puede conocer solamente quien es médico”.
Su perfeccionismo llegó a tal grado que cuando no se podía adaptar a los datos científicos prefería no escribir.
En 1887 a causa de una debilitación en su salud viajó hasta Ucrania. A su regreso se produjo el estreno de su obra La Gaviota; un éxito que interpretó la compañía del teatro de arte de Moscú. Antón escribió tres obras más para ésta: Tío Vania (1897), Las Tres Hermanas (1901)y El Jardín de los Cerezos (1904).
Como autor dramático había conocido a una destacada actriz que intervenía en la representación de sus obras, Olga Leonardovna Knipper, con la cual que contrajo matrimonio en 1902. Quiso tener hijos, pero éstos no llegaron en los dos años que le quedaban de vida. Esa fue su última ilusión. Con el humor que lo caracterizó escribió, “la salud me llega en quintales y no en hectogramos… como mucho y con apetito. Sólo me ha quedado una disnea causada por el enfisema y me siento débil”.
Chejov pasó gran parte de sus 44 años gravemente enfermo a causa de la tuberculosis. La enfermedad lo obligó a pasar largas temporadas en Niza, Francia y posteriormente en Yalta, Crimea, ya que el clima templado de estas zonas era preferible a los crueles inviernos rusos.
La noche del 3 de julio de 1904 cayó en delirio a causa de las complicaciones provocadas por la tuberculosis en Badenweiler (Alemania), lugar en el que se encontraba para recibir tratamiento en una clínica especialidad. El médico que le asistía encargó a un estudiante de medicina que fuese a buscar oxígeno, pero él contestó: “no es necesario, porque moriré antes que vuelva”.
La huella que la profesión médica dejó en la obra Antón Chejov y la influencia que el ejercicio de la imaginación poética tuvo en la práctica médica, viene a reforzar la afinidad que existe entre la medicina y el arte. El dolor humano, el temor, la angustia y las situaciones límite conviven con ambas disciplinas donde, en varias ocasiones, el ser humano se sabe vulnerable y frágil.
