Viruela: comodín del terrorismo biológico
Por Paloma Baytelman
En el siglo XVIII el general británico Geoffrey Amherst inauguró la pavorosa historia de los ataques biológicos, al entregar a una tribu de indios americanos mantas infectadas deliberadamente con viruela. Desde entonces, el uso de armas biológicas sigue la misma estrategia básica: contaminar al enemigo -o al blanco de una acción terrorista- con un agente patógeno que, normalmente, se propaga en forma rápida y silenciosa. Por ello, con la ayuda de la biotecnología y la genética, los países desarrollados están actualizando sus estrategias de defensa, incluyendo polémicos planes de vacunación.
La viruela existe desde hace miles de años y fue considerada una de las enfermedades más temidas hasta su erradicación oficial en 1979, hecho que fue posible gracias a un programa internacional liderado por la Organización Mundial de la Salud. El último caso natural conocido se produjo en Somalia en 1977. Desde entonces, los únicos contagios registrados se debieron a un accidente de laboratorio en Birmingham, Inglaterra, en 1978.
Cuando se certificó oficialmente su erradicación, el mundo estaba en plena Guerra Fría, por lo que se acordó que todas las cepas existentes del virus fueran destruidas y sólo dos pequeñas reservas se depositaran en puntos estratégicos del mapa geopolítico: Moscú y Atlanta. El objetivo era contar con el agente infeccioso para la eventual elaboración de vacunas en caso de reaparecer la enfermedad. En 1999, Ken Alibek, ex director del programa soviético de armas biológicas, alertó sobre el peligro de que este microorganismo altamente contagioso fuera usado por bioterroristas.
Polémica Vacuna
Los augurios de Alibek no tardaron en materializarse. Pero no se trató de viruela, sino de esporas de ántrax que llegaron por correo a las oficinas del Congreso estadounidense, reforzando la preocupación del mundo científico.
The New England Journal of Medicine (NEJM), en su edición de abril de 2002, dedica gran parte de sus páginas a la viruela, su posible utilización como arma biológica y el papel de la vacuna, de la cual ya se disponen cuantiosas dosis en EE.UU. Según las autoridades sanitarias estadounidenses, a fines de año habrá suficiente cantidad como para cubrir todas las necesidades de su población.
La revista señala que no hay acuerdo entre los expertos respecto de lo que debe hacerse con la vacuna. La polémica se centra en si el peligro, sólo teórico, de un ataque terrorista con virus variólico, justifica los conocidos riesgos adversos de la vacunación, que pueden ir desde efectos neurológicos permanentes, hasta incluso la muerte.
En opinión de los analistas del NEJM, lo más conveniente sería iniciar un programa de inmunización voluntaria, que incluyera información sobre las contraindicaciones del tratamiento. Científicos del Cato Institute de Washington, por ejemplo, consideran que si se vacunara una pequeña parte de la población, ello ayudaría a proteger a todos los ciudadanos.
En cuanto a los que ya fueron vacunados, no se sabe cuál es su nivel de inmunidad frente al virus. Una de las revisiones más completas que existe sobre el potencial de la viruela como arma biológica -publicada en el JAMA en junio de 1999- advierte que “el estado de los que fueron inmunizados hace más de 27 años no está claro y el tema continúa abierto”.
En todo caso, el Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de EE.UU. ya diseñó un plan de respuesta ante un hipotético ataque bioterrorista. Se trata de una estrategia “en anillo”, la cual consistiría en vacunar a todas las personas que hayan estado en contacto con pacientes contagiados con el virus. NEJM señala que la mayoría de los especialistas no confía en esta estrategia, pues argumentan que sólo serviría para contener pequeños brotes de la enfermedad, pero no un ataque bioterrorista a gran escala. Su pesimismo se basa en que las particularidades del virus y su periodo de incubación hacen que sea muy difícil de controlar.
Aunque no hay antecedentes que confirmen la posesión de cepas de viruela por parte de grupos terroristas, la sola posibilidad de que se haya extraído material viral de uno de los laboratorios autorizados, ha hecho resurgir la preocupación acerca del uso de un patógeno que ya se daba por muerto y enterrado.
Esta inquietud renace con más fuerza frente al incierto paradero de Saddam Hussein. Si bien Estados Unidos ha declarado el fin de la guerra contra Irak, recientes informes del gobierno inglés reconocen que los seguidores del líder iraquí aún podrían poseer armas químicas.
Las autoridades inglesas explican que los programas de desarrollo de municiones químicas y biológicas comenzaron a implementarse en Irak a mediados de los años ’70. Estas armas se utilizaron desde 1984 y, sobre todo, en la guerra contra Irán. El principal hito a este respecto es la matanza de Halabja donde se asesinó con gases a 5.000 kurdos iraquíes.
Durante esos años el régimen de Hussein fue apoyado por occidente y, en especial, por Estados Unidos pues se consideraba a Irán como un país que podría contagiar de revoluciones a la región. Precisamente, según el informe inglés, varias de las armas bacteriológicas con las que contaría Irak en la actualidad, fueron desarrolladas en los años ‘80 a partir de cepas compradas en el Estado de Maryland, localidad vecina de la capital estadounidense.
