Dr. Franz Baehr
Viaje por los íconos orientales
Un sentimiento compulsivo hacia determinados objetos y la necesidad de estudiar sobre éstos, es lo que diferencia a un coleccionista y de un anticuario, según el doctor Franz Baehr.
El profesional, quien es internista bronco pulmonar de la Clínica Las Condes, se inscribe en la primera clasificación, pues es un entendido en iconografía oriental, ámbito al que se acercó a través de una temprana fascinación por los sables japoneses.
Este interés lo llevó a estudiar e interiorizarse en la cultura de ése y otros países asiáticos, a través de sus símbolos y costumbres. “Es como cuando los magos sacan de su mano pañuelos que van cambiando de color, uno tras otro. Si uno observa la guarnición de estos sables, en la ‘tsuba’ que protege la mano hay figuras de dioses y, sin darte cuenta, ya entras en la mitología japonesa, en la leyenda y en la religión; en temas como el budismo, que te acercan a China y a la India”, explica.
Al doctor Baehr le gustaban los sables desde que era estudiante del Instituto Alonso de Ercilla de los Hermanos Maristas, época en la que comenzó a coleccionarlos. “Iba al Mercado Persa y compraba cosas, principalmente armas blancas, pero mi sueño era tener un sable japonés, porque a diferencia de los occidentales, que son hechos a máquina y en serie, los japoneses son hechos a mano y tienen una tradición. Al observarlos siempre estas viendo algo nuevo, es una fuente de información permanente. En esa época, sin embargo, no tenía el dinero suficiente para comprar uno por que son bastante costosos”.
En papel de diario
El primer sable japonés que tuvo el doctor Baehr tiene una historia muy particular. En 1970 una pareja llegó a su casa para mostrarle un objeto que traían envuelto en papel de diario. Al abrir el envoltorio, el médico se encontró con un “Wakizashi” nipón, que en un principio lo decepcionó. “La hoja estaba rayada, manchada, y la punta del sable estaba quebrada algunos milímetros”, recuerda.

Después de acordar el precio, el médico compró la espada corta de samurai y comenzó a estudiar sobre estos elementos. Tal fue su entusiasmo, que algunos años después se inscribió en la Sociedad de Espadas Japonesas de Estados Unidos (JSSUS, por sus siglas en inglés). “Empecé a recibir mucha información de personas que se dedicaban a lo mismo, entonces decidí viajar a Alabama, donde se realizan encuentros de coleccionistas dos veces al año”.
Allí el doctor Baehr le mostró su “Wakizashi” a un pulidor japonés, que participaba como invitado del encuentro. “Me acerqué y el hombre estaba haciendo una demostración de cómo se pule un sable. Demoró horas en una posición que a mí me llegaba a doler. Estaba encorvado sobre una cubeta con agua y una piedra de pulir, donde iba pasando la hoja, hasta que se lograban ver los dibujos que tienen los sables nipones, el filo y una serie de cosas que no se perciben cuando el sable esta muy manchado. Finalmente, cuando vio la espada que yo traía, el pulidor dijo: ‘este es un sable muy antiguo, vale la pena mandarlo a Japón porque le van a dar un certificado de color verde’, yo no entendí a qué se refería, pero le hice caso”.
A través de un agente, el doctor Baehr envió su sable a la ciudad nipona de Fukuoka, donde hay uno de los cinco buenos pulidores de este tipo de sables que aún ejercen el oficio en Japón. “Una vez que lo pulieron, arreglaron su punta y un golpe que tenía, el sable quedó perfecto. Entonces lo mandaron a rendir un examen frente a un panel de expertos de la ‘Sociedad para la Preservación del Arte de los Sables Japoneses’, quienes lo catalogaron como un ‘Tokubetsu Kicho Token’, es decir, ‘Sable Especialmente Importante’, y me dieron un certificado verde que así lo acreditaba. Esta es la tercera categoría. Primero vienen los Tesoros Nacionales, luego los ‘Juyo Token’ y luego el nivel en que se encuentra este ‘Wakizashi. Entiendo que es único en Chile”, señala.
Pese a que ha adquirido otros sables japoneses y aún mantiene el contacto con algunos socios del JSSUS, en los últimos años el médico ha centrado su atención en otras áreas, “porque es lamentable coleccionar una pieza que ves sólo una vez al año”, argumenta.
En la actualidad el doctor Baehr es un estudioso del área de la iconografía oriental y se mantiene permanentemente informado a través de libros y revistas especializadas, como “ARTES DE ASIA”, publicación bimensual a la que está suscrito. Además, esto le permite mantener contacto con otros coleccionistas, para intercambiar conocimientos y datos, por lo que el médico mantiene un registro de cada una de las piezas que posee. “La diferencia entre un coleccionista y un anticuario, es que el primero tiene un sentimiento compulsivo, estudia y se introduce en el tema de su interés. Cada cosa tiene una anécdota, recuerdas dónde la compraste, el ambiente, si estaba lloviendo o hacía calor y todas las peripecias que te pasaron hasta que lograste adquirir una pieza determinada”.
Figuras y dioses
Cuando el doctor Franz Baehr comenzó a coleccionar figuras orientales, al mismo tiempo, empezó a interesarse por lo que representaban algunos elementos de las piezas, como la posición de las manos, la postura del cuerpo o el color. “Cada cosa es una llave que permite entrar a otro mundo”, dice.

El médico explica que muchas de las figuras de la iconografía pertenecen al budismo simple, conocido como Hinayana, que se presenta en algunas partes de la India, Ceilán y Tailandia. “Después está el budismo Mahayana, en Nepal, Tibet, China y Japón, ahí empieza no solamente el Buda, sino que también hay bodisatva, que son seres que van camino a la iluminación, camino al Buda. Entonces ya no hay un solo Buda, sino miles, por lo que existe una riqueza iconográfica impresionante. A diferencia de la tradición cristiana de Occidente, en el mundo oriental los creyentes expresan en sus dioses los mismos estados anímicos humanos, por eso hay budas pacíficos e iracundos. También está muy presente el hermafroditismo, pues la cultura oriental ve el equilibrio en la mezcla de los polos opuestos. Por eso, a veces es posible encontrar figuras masculinas con atributos femeninos, como Shiva, el dios hinduista de la India, representado a veces, mitad hombre y mitad mujer".
Dentro de las miles de representaciones que el doctor Baehr ha tenido la oportunidad de ver, la que más llama su atención es la iconografía tibetana. “Es la más rica en detalles, tiene mucho movimiento y gracia”, explica.

Pese a sus amplios conocimientos en el tema, el médico recién viajó a oriente junto a su esposa, el año 2001, en lo que define como una experiencia “tremenda”, pues recorrieron varios países asiáticos. “La gente se sorprendía mucho de que supiera sobre su cultura, porque a los cinco minutos de conversación notaban que era un turista diferente. En un templo en Tailandia, por ejemplo, pude identificar a varios de los budas representados, sorprendiendo a la guía que nos acompañaba. Eso nos sirvió como tarjeta de presentación, entonces nos mostraban más allá de lo que incluían las visitas normales”, cuenta.
Sin haber estado nunca antes en Hong Kong, al llegar el médico se ubicó bastante bien en la ciudad y conocía por las revistas a los buenos anticuarios de la isla. “Uno de ellos me recibió con su esposa y le dije que el Buda de la vitrina tenía la etiqueta cambiada, pues decía que era otro tipo de Buda. Llamó tanto su atención que me hubiera dado cuenta del error del empleado que había rotulado la figura, que me invitó a conocer el segundo piso de su tienda donde guardaba sus piezas más valiosas”.
Rama y Sita
Sin duda, una de las mejores anécdotas del doctor Baehr, está relacionada con dos pequeñas figuras de bronce oscuro que forman parte de su colección. “Esto es una historia de amor –aclara al comenzar el relato-. La primera vez que vi a esa pareja de figuras de la India fue hace muchos años donde un anticuario y eran carísimas. Después el hombre las puso en varios remates, pero no se vendían por el elevado valor. Un día, en otro remate, me fijé que estaba el anticuario pero sólo tenía la figura del hombre. Entonces me contó que le habían robado a la mujer y accedió a venderme la imagen sola. Pensé que era el dios Shiva y mandé fotos a un experto en EE.UU., quien me señaló mi error, pues se trataba de Rama, el protagonista del Ramayana, que es un poema épico de la India”, recuerda.

Escrito en el Siglo V a.C. el Ramayana, cuenta la historia de Rama, heredero al trono de Ayodya, quien se caracterizaba por su fuerza y su afán de justicia. Conmovido por las cualidades del príncipe, el Rey de Mitila le entregó a su hija Sita en matrimonio. La joven era tan bella, que Ravana, Rey de Ceilán, se había enamorado de ella y decidió raptarla. Rama, lleno de dolor y desesperación, buscó aliados para librar a su esposa que se encontraba en la isla de Srilanka (Ceilán). Luego de múltiples vicisitudes, el príncipe logró llegar a Ceilán y, tras un largo y sangriento combate de siete días, pudo atravesar el corazón de Ravana con un dardo divino, recuperando a Sita.
Al igual que en el poema épico, para el doctor Baehr también pasaron largos años. “Un sábado por la tarde estaba paseando por una galería de anticuarios cuyos locales se encontraban cerrados. Entonces, en una de las vitrinas vi a Sita y estaba a la venta. Llamé al teléfono que aparecía en la puerta, pedí al anticuario que viniera y la compré. Lo más increíble es que es la misma historia del Ramayana. Me demoré 10 años en encontrar a Sita; no sé cuanto fue en el poema, tal vez haya sido lo mismo”.

Cuenta el Ramayana que, cuando Sita regresó vestida con sus mejores galas para reencontrarse con el príncipe, Rama la rechazó por considerarla indigna, pues al haber estado secuestrada por tanto tiempo, él la suponía impura. Tras arrodillarse frente a su esposo, Sita se arrojó a las llamas de una hoguera, suplicando protección al Dios Agni. De pronto, el fuego tomó forma corpórea, la tomó en sus brazos ilesa y le dijo a Rama: “recíbela pura y sin mancilla”.
La Sita del doctor Baehr también pasó por una prueba de fuego. “En este caso, durante una década no le pasó nada, lo que resulta curioso porque es una figura muy frágil, que puede quebrarse con cualquier golpe. A veces he pensado en vender algunas de mis piezas, pero no éstas, porque su valor va más allá de una simple tasación, tienen un valor anecdótico.
Para quienes se inician como coleccionistas, el médico aconseja visitar cada tres o cuatro meses a los diversos anticuarios de la ciudad. “Hay que mirar y comprar, pero con mucho cuidado para defenderse de las copias. En este sentido es importante estudiar, buscar información sobre las piezas que a uno le provocan interés”, concluye.
