La magia de una tradición
Quiebrespejos y otros sueños
Por Paloma Baytelman
En 1974, un grupo de estudiantes de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile, entre los que estaba el conocido psiquiatra y dramaturgo Marco Antonio De la Parra, creó una obra que reflejaba las vivencias y sentimientos frente a la carrera y a todo lo sucedido desde su ingreso a la universidad.
“Quiebrespejos y otros sueños” fue interpretada con mucho éxito entre los años 74 y 76, en el ahora mítico y desaparecido Casino de la Laurita. El año 77 no se dio, pero en 1978 un grupo de estudiantes decidió reponerla y desde entonces se ha mantenido anualmente en cartelera.
“El mérito de nuestra generación fue reponer la obra y desde entonces se convirtió en una tradición. Hubo que rehacerla porque no había texto ni libreto, y fue necesario reconstruir las escenas y los diálogos en base a la memoria de gente que la había visto y los relatos de los que habían participado”, cuenta el cirujano Owen Korn, quien formó parte del elenco hasta 1981 y continúo como director un par de años más, a pesar que ya había egresado de la escuela.
Todos los mechones
Nervioso y lleno de expectativas, el “mechón” protagonista se entera que ha quedado en Medicina. Su madre se alegra y las vecinas se mueren de envidia. Así parte con su delantal blanco impecable rumbo al primer día de clases, dando comienzo a una obra hecha de pequeños cuadros, relatos y piezas fraccionadas que, en mayor o menor medida, identifican a todos los que han estudiado la carrera.
“La primera vez que la vi me llegó mucho, como a todos los mechones, porque refleja lo que uno vive ese año. Además, me divertí por lo entretenida y cómica que es”, recuerda Diego Ossandón, protagonista de la puesta en escena 2002 y alumno de último año.
Para el infectólogo Mario Luppi, que actuó en el Quiebrespejos entre los años 1979 y 1983, la obra refleja sobre todo, lo que se siente al ingresar a la carrera. “Muestra, por ejemplo, que la mamá desde el útero tiene pensado que uno sea médico. Además, plasma muy bien el quiebre que se produce entre el colegio y la universidad; es como tirarse a una piscina con agua helada. Son puros sueños y cuando uno llega, la realidad es diferente”.
Cada puesta en escena gira en torno a cuatro pilares fundamentales, que mezclan aptitudes y entusiasmo: el elenco, conformado por personas de diversos cursos; los músicos, pues la obra cuenta con partituras originales; las maquilladoras, única labor femenina del montaje, y el equipo técnico en el que participan tramoyistas e iluminadores.
La obra nunca fue escrita y se transmite verbalmente de generación en generación. Probablemente no se ha perdido, gracias a que en la Compañía hay personas de distintos cursos y el elenco sólo se renueva parcialmente. Así, los que egresan van dejando algunas vacantes para nuevos actores.
“Ojalá nunca se escriba, porque esa es una de las cosas mágicas que tiene. Eso hace que sea muy plástica, muy moldeable, porque se va actualizando con tu época. Por eso han ido desapareciendo algunas escenas y se han agregado nuevas”, explica Diego Ossandón.
Los últimos meses de cada año, se convoca a los interesados a audicionar. Frente a toda la Compañía el postulante improvisa algunos pasajes. Quien ocupa el cargo de director decide quién interpretará cada rol y, cuando egresa, designa un sucesor. “Es una especie de dictadura. El director da los papeles, el director los quita, el director se queda con la plata (bromea). Pero así funciona el sistema y funciona bien”, cuenta el mechón 2002. “Cuando audicioné para la obra llegué como un pollito, pero se rieron bastante con las tonteras que hice. Lo difícil es que uno se enfrenta a un grupo de gente que te está evaluando y sin un parlamento que seguir. Gran parte depende de la improvisación que cada postulante realice”.
En la actualidad, hay tres requisitos básicos para formar parte del elenco: ser hombre, estar cursando la carrera de medicina en la Universidad de Chile y haber visto la obra al menos una vez. Sin embargo, no siempre fue así. El doctor Owen Korn confiesa que jamás vio la versión de Marco Antonio De la Parra. “Conocía la historia, pero nunca vi la obra cuando era mechón. No fui a verla porque yo era de los que estudiaba –ironiza- el teatro siempre se asocia con gente más suelta de cuerpo y yo los primeros tres años me dediqué a estudiar. Después ya no estudié tanto y me dedique al teatro”.
Explica que las primeras veces el proceso de selección fue distinto. “En esa época había una rica actividad teatral dentro de facultad, por lo que veíamos a los nuevos alumnos cuando representaban otras obras y a los que encontrábamos buenos los invitábamos a participar. Era una suerte de honor llegar a ser parte del elenco y así fue durante los siguientes 10 años”.

En algún período se incorporaron mujeres al elenco, pero el experimento resultó un fracaso. “Por razones de romance de algunos de los actores y por presiones de otro tipo, llegaron a participar un par de mujeres, pero no funcionó. Principalmente porque la obra fue concebida desde un comienzo para ser interpretada por hombres. También participó gente que no era de medicina, sino de kinesiología y otras carreras. Esas variantes se probaron a fines de los ‘80, pero como no resultaron se volvió al esquema original”, dice el cirujano.
El Quiebrespejos bien podría clasificarse dentro del género de las comedias musicales, pues mezcla baile, canto y actuación. De hecho, la obra cuenta con música en vivo interpretada por “La banda de los sueños”. Algunos de los temas más famosos son “Muchacho de segundo”, “Delantalcito blanco”, “Casa del herrero” y “Todos los mechones”. El vestuario y el maquillaje le dan un toque particular ya que, exceptuando al mechón, todos van vestidos con pantalones negros, camisa blanca, humita y sus caras pintadas como mimos con distintas figuras geométricas.
Clásico y atemporal
Desde sus comienzos en el Casino de la Laurita, pasando por algunos años en que se presentó en los pasillos de la Facultad, hasta sus reposiciones actuales en el auditorio Julio Cabello, la obra continúa cautivando a nuevos y viejos mechones.
“No sé cómo nacen las tradiciones, pero supongo que son fruto de la casualidad, ya que nunca hubo la idea de hacer del Quiebrespejos una tradición. Simplemente quisimos reponer una obra que estaba ahí, que era buena y que, si no la hacíamos, se iba a perder. Porque ésta no es una pieza que se pueda montar en un teatro fuera de la escuela de medicina, para público general. Lo hicimos, era el momento y funcionó”, señala el doctor Owen Korn.
Para Diego Ossandón el hecho es un misterio. “Muchas veces me he preguntado por qué el Quiebrespejos tiene tanto éxito, pues incluso cuando hemos dado la obra con dificultades de promoción o de puesta en escena, siempre llega gente a verla. Creo que se convirtió en una tradición porque es excelente, tiene buen ritmo y un estilo único; mezcla su argumento con la realidad del tiempo en que se exhibe y llega a un público que está especialmente sensibilizado, ya que está viviendo las mismas cosas que ve sobre el escenario”.
El doctor Enrique Molina participó en la iluminación de la obra a fines de los ‘90. Explica que “es el único gran evento tradicional que hay en la Facultad, porque agrupa a mucha gente y es transversal; llega a diversas generaciones y a personas de distintas tendencias políticas o religiosas sin ningún problema”.

Diego Ossandón cree que “la obra se mueve con los ritmos de la vida universitaria. En los períodos en que ha habido más problemas para conseguir actores o llenar la sala de público, ha sido cuando a la universidad entran personas poco participativas, que sólo tienen la meta de conseguir una profesión. Ahí la obra flaquea”. Agrega que “el Quiebrespejos refleja siempre algo del clima sociocultural del momento, sumado a una experiencia que es constante en el tiempo, que es la de un estudiante de medicina recién ingresado”.
Para él, la recompensa emocional de haber formado parte del elenco es muy valiosa: “es una de las cosas importantes que he hecho en mi vida. Porque esta es una carrera que absorbe mucho, a la cual uno llega muy ilusionado y, al final, se va algo confundido, con sentimientos encontrados y expectativas que no siempre se cumplieron. Hay gente que sólo pasa por la universidad, pero pienso que nosotros, a pesar de miles de dificultades que pudimos enfrentar, al final siempre vamos a tener el orgullo de haber participado en la obra”.
El doctor Mario Luppi, en tanto, explica que la obra “es como la vida de uno, con todos sus sueños, sus tonteras, las mechonas, las expectativas de llegar y tener sexo con todas y ser millonario siendo médico. Es la expresión de muchos sueños de cabro chico. Esta obra ha trascendido y ya es atemporal, porque independiente de que cambien las generaciones, hay una cosa en común, el desafío personal de desarrollar la carrera. La obra lo refleja muy bien y además se ríe de eso, y como a uno le gusta reírse de uno mismo, funciona”.
La celebración de los 25 años
En 1999 se cumplieron 25 años desde que el Quiebrespejos se presentó por primera vez. Como buena celebración, hubo dos funciones a teatro lleno, y actuaron junto al último elenco destacados médicos que participaron alguna vez en la obra.
El encuentro tuvo lugar en el Teatro Baquedano y fue un verdadero hito. “Llenamos el lugar los dos días seguidos. Cuando pedimos el teatro pensaron que estábamos locos; decían que hay pocos grupos que pueden llenarlo, porque caben mil personas”, cuenta Enrique Molina.
“Llegó casi toda la gente que participó alguna vez en el Quiebrespejos, desde Marco Antonio De la Parra hasta el último mechón. Se juntaron más de 50 actores y todos los músicos, las maquilladoras e iluminadores. Fue una locura ensayar con tanta gente y lograr que todos participaran. Pero fue muy bonito y emocionante”, recuerda Owen Korn.
“Para nosotros era una especie de mito esta gente antigua que había participado en la obra. Se rumoraba y nos decían: ‘esta escena la hizo tal persona o esto nació de tal forma’. Entonces, cuando nos juntamos a ensayar y estaban todos ellos, fue muy especial. Me encontré con Marco Antonio De la Parra, Guillermo De la Parra, Rogelio Isla, Rodrigo Contreras, Javier García de Cortazar, el Negro Vega y Pancho Pérez, entre muchos otros. Al conocerlos me di cuenta cómo nació la obra, porque es gente muy espontánea que tiene el teatro metido en las venas. Se juntaron un día, decidieron hacer algo y salió espontáneamente, sin libreto ni nada y eso es único”, señala Diego Ossandón.
Al reencontrarse con la obra, los primeros integrantes notaron algunos cambios. Les llamó la atención que durara más de dos horas, casi el doble que el montaje original, y que se había enriquecido con el paso de los años. “En el fondo esto es como un barco, al cual se han subido muchos tripulantes. Muchas generaciones han pasado por él y cada persona ha dejado algo”, dijo Marco Antonio De la Parra.

El doctor Korn destaca la capacidad del Quiebrespejos de mantener su esencia y la evolución que ha tenido la música. “Partió con un par de guitarras, más adelante incorporaron piano y actualmente hay un grupo, porque los músicos adquirieron un mayor protagonismo”.
“En esa época estaba prohibido hacer algunos tipos de reuniones y el único pretexto era realizar una actividad artística. Entonces, hacer una obra de teatro permitía juntarse”, explica Enrique Molina.
Según Owen Korn, el Quiebrespejos nunca tuvo un tinte político franco. “Lo que pasa es que era una obra de teatro rupturista, en el sentido que se hacía con actores aficionados, en condiciones medio subterráneas en la escuela, porque estamos hablando del año 74”.
“La gracia de la obra es que ha podido cautivar a mucha gente de distintas edades y diferentes criterios. Si bien nosotros podemos ser ‘dueños’ de algún pedacito de esta historia, no nos pertenece, sino que es de toda la universidad. Por eso cuando uno entra al Quiebrespejos, siente que es algo que hay que cuidar”, concluye Enrique Molina.
