Los tormentos de la novena sinfonía
La vida y obra de Ludwig van Beethoven ha sido tremendamente estudiada a lo largo de la historia. Sin embargo, desde la medicina forense, se ha abierto una nueva vertiente investigativa que sugiere que una de las obras cumbres del compositor sería un paradigma del estado interior del músico.
En la última etapa de su vida, quizá la más difícil, pero la de mayor riqueza espiritual, el compositor alemán, considerado como el padre del sinfonismo y que se ganó un sitial tras marcar el paso del clasicismo al romanticismo, dio vida a una de las obras más colosales del repertorio sinfónico, considerada unánimemente como uno de los pilares de la música occidental, un himno a la hermandad y la alegría: la Novena Sinfonía en Re menor, obra representativa de lo fantástico que fue estrenada en 1824, cuando Beethoven ya había comenzado a perder el sentido del oído y que fue aceptada como la primera composición musical catalogada como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2001.
Tan brillante y prodigiosa fue su vida, que incluso se ha comparado al músico con Miguel Ángel, pues se ha reconocido en ellos una idéntica virtud de expresión dramática cuya inconmensurable potencia los sitúa a ambos en un plano de creación artística de calidad sobrehumana.
Beethoven había llevado una vida intensa y profunda, con grandes penas, fracasos sentimentales, soledad y dificultades que no lograron mitigar su carácter impetuoso, alegre, generoso y la gran humanidad reflejada en su música, principalmente en las cerca de 150 obras compuestas durante su segundo período creativo, las que le permitieron gozar de una enorme popularidad y reconocimiento público.
La creación de la Novena Sinfonía fue uno de los proyectos más laboriosos del genio. De hecho, ya en 1793 había comenzado a pensar en escribir un canto a la alegría sobre el texto de la famosa Oda de Johann Christoph Friedrich Schiller An die Freude, por lo que su última sinfonía, terminada finalmente tres años antes de su muerte, fue la composicón de su vida, tanto por su plantilla, que incorpora coro y solistas, como por la magnitud de su desarrollo.
Se basa en un himno a la fraternidad universal, cuyo primer movimiento se abre con un clima oscuro, pero que se aclara y afirma con el paso de las notas. El segundo movimiento no es lento, sino un scherzo muy vivaz, con forma de fuga. En su parte media, hay un trío que parece un himno. Sigue un movimiento de adagio, pensativo y melancólico, para acabar en el cuarto movimiento, donde vuelven a aparecer los temas de los movimientos anteriores, como antepuerta de una melodía nueva, de alegría fraternal, que cantan solistas y coro.
Beethoven sufrió, a lo largo de su vida, de cólicos, dolores articulares y fuertes dolores de cabeza. A menudo, exhibía un comportamiento irritable. En sus últimos años, se convirtió en una persona taciturna, socialmente aislada y que sufría con frecuencia ataques de depresión y desesperación.
A más de 180 años de su muerte, investigadores forenses encontraron la explicación a todas estas dolencias analizando sus huesos y restos de cabello: si el músico no se hubiese intoxicado con plomo, es muy probable que nunca hubiese compuesto su célebre sinfonía.
¿Hasta qué punto, la irritabilidad y la depresión causadas por el plomo –bien por ingestión de vino con altas cantidades del elemento, por el plomo del cristal, e incluso por el tratamiento médico al que fue sometido- influyeron en su magnánima composición?
Su muerte fue causada, según varios investigadores, por saturnismo o plumbosis, que es el envenenamiento que produce el plomo (Pb) cuando entra en el cuerpo humano. Es llamado así debido a que, en la antigüedad, los alquimistas llamaban “Saturno” a dicho elemento químico.
El saturnismo genera anemia, debido a que el plomo en la sangre bloquea la síntesis de hemoglobina y altera el transporte de oxígeno a la sangre y hacia los demás órganos del cuerpo. Se cree que estas reacciones son provocadas tras la sustitución de los metales como calcio, hierro y zinc por plomo dentro de las enzimas, que al no ser de misma química, provocaría que no cumplan debidamente las funciones enzimáticas.
El plomo es un metal pesado neurotóxico que, cuando está presente en la sangre, circula por todo el organismo ocasionando daños neurológicos irreversibles cuando llega al cerebro. En 2000, el doctor Bill Walsh del Pfeiffer Medical Center Health Research Institute de Illinois, analizó seis cabellos de 15 centímetros de longitud de la famosa cana cabellera y un trozo de cráneo, donde encontró niveles muy altos de plomo, una cien veces más que una persona de la misma edad sin exposición al metal, lo que explicaría la presencia de los síntomas neurobiológicos, que se conocen de sus últimos años: irritabilidad, comportamiento errático y depresión.
Beethoven era un aficionado al buen vino, el que en su época era endulzado con un derivado del plomo, el acetato plúmbico, también llamado azúcar de plomo, que además mejoraba el sabor, aroma y la conservación del vino.
De hecho, era un potente inhibidor de la multiplicación de los microbios y de la actividad enzimática. Además, su copa favorita también estaba hecha de una aleación con una alta cantidad de plomo y se piensa que otra fuente de ese envenenamiento, que duró sin duda años, era el consumo de pescado del río Danubio, procedente de un tramo de la corriente gravemente contaminado con plomo.
Para el doctor Walsh “el hecho de que sus últimas composiciones se salieran de los cánones románticos de la época y sean tristes, desesperadas, como salidas de las entrañas, puede significar que las dolencias físicas hubieran trascendido a su mente y su creación estuviese siendo distorsionada por la propia enfermedad”.
A partir de las conclusiones alcanzadas por él, los investigadores españoles Vicente Rodilla y Carlos Garcés del CEU Cardenal Herrera de España en 2008 se interesaron en esta nueva teoría y aportaron nuevos antecedentes.
Realizaron un recorrido por los periodos creativos del autor, establecieron una cronología de las enfermedades que el músico padeció y concluyeron que la Novena Sinfonía sería “otro paradigma del estado interior del compositor romántico, donde el uso de los timbales en una tonalidad como Re menor crea, sobre todo en los dos primeros movimientos, un ambiente dramático, casi trágico”.
Su clasicismo no ocultaba, sin embargo, una inequívoca personalidad que se ponía de manifiesto en el clima melancólico, casi doloroso, de sus movimientos lento y adagio, reveladores de una fuerza moral y psíquica que se manifestaba, por vez primera, en las composiciones musicales del siglo.
Para los autores la composición más popular de Beethoven, muy posiblemente, no hubiese sido escrita si el músico hubiera gozado de buena salud, ya que los tormentos a los que estuvo sometido por su envenenamiento lento con plomo influyeron, aunque suene paradójico, en la creación de la cosa más triste jamás dicha con notas, como resumió Richard Wagner la obra que representa, nada menos, que la liberación de la humanidad.
