El daño no material de un terremoto
El catastrófico movimiento telúrico que vivió nuestro país hace tres semanas y sus fuertes réplicas, nos deja con la sensación de que nadie está preparado física, emocional ni mentalmente para resistir un acontecimiento de esta magnitud. El miedo y desesperación se apoderó de muchas personas que llegaron a cometer actos moralmente reprochables debido al fuerte instinto de supervivencia. Así, vimos emociones a flor de piel como ira, egoísmo, resentimiento y descontrol, pero también hay que reconocer las buenas intensiones de quienes ayudaron y despertaron la cooperación y solidaridad entre la población.
Esta mezcla de emociones por el trauma vivido persiste aún pasado el terremoto. Dependiendo de la intensidad con que se vivió el hecho, esto puede transformarse tanto en estrés agudo como post traumático. El primero se define como aquellas manifestaciones asociadas a la exposición a un hecho traumático (hechos que implican muerte o amenaza para la vida) y que se expresan por un mínimo de dos días y un máximo de cuatro semanas luego de ocurrido el hecho. En tanto, el estrés post traumático se refiere a aquellas manifestaciones presentes en un paciente que ha vivido una situación de amenaza y que aparecen con posterioridad a este periodo y en donde se re-experimenta la vivencia (recuerdos o pesadillas) gatillados de manera espontánea o por estímulos que recuerdan algún aspecto de la situación.
Evidencias de reacciones postraumáticas datan del siglo sexto antes de Jesucristo y se fundamentan en las reacciones de los soldados durante el combate. Miles de años más tarde, en 1980, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-III) reconoció por primera vez este tipo de estrés como una entidad diagnóstica diferenciada y fue categorizado como un trastorno de ansiedad por la característica presencia de ansiedad persistente, hipervigilancia y conductas de evitación fóbica.
La causa del trastorno de estrés postraumático se desconoce, pero hay factores psicológicos, genéticos, físicos y sociales involucrados. Específicamente, el trastorno de estrés postraumático cambia la respuesta del cuerpo al estrés. Éste afecta las hormonas del estrés y los neurotransmisores. Además, el hecho de haber estado expuesto a un trauma en el pasado puede incrementar el riesgo de este trastorno.
Por ejemplo, estudios realizados con los veteranos de guerra de Vietnam demuestran que un buen apoyo social ayuda a proteger contra este trastorno, ya que aquellos con sistemas de apoyo fuertes tenían menos probabilidad de desarrollar trastorno de estrés postraumático que aquellos que no tenían ese tipo de apoyo social.
Es necesario mencionar que las personas con trastorno de estrés postraumático experimentan de nuevo el hecho una y otra vez en al menos una de varias formas. Pueden tener sueños y recuerdos atemorizantes del acontecimiento, sensación de estar pasando por la experiencia nuevamente (reviviscencia) o tornarse muy perturbadas durante los aniversarios del evento.
Sin embargo, no hay que alarmarse. Según explicó el doctor Alejandro Koppmann, jefe del Servicio de Psiquiatría de Clínica Alemana, esto se debe consultar si existe malestar clínicamente significativo o deterioro social como reducción de los contactos, irritabilidad, labilidad emocional (fragilidad), o en lo laboral presentar inatención, desconcentración, ausentismo y desapego de las normas.
Con todo, hay que estar consciente de que las replicas continuarán y que posibles ataques de ansiedad y posterior depresión van a afectar a gran parte de los damnificados. Debido a esto, lo ideal es aprender a controlarse para no fomentar una psicosis colectiva, la cual hasta el momento lamentablemente ha provocado consecuencias en diferentes ámbitos como social, económico y, sobre todo, psicológico.
