Arte rupestre
Además de su trabajo como médico general en Linares, el doctor José Retamal Soto fue durante cuatro años (1998 – 2002) director de arte del Museo de Colbún, labor en la que volcó toda su pasión por las culturas ancestrales. De hecho, a sus 49 años este médico oriundo de Lebu se define como “un aficionado al rescate de las raíces de nuestra idiosincrasia”.
Cuando vivió en Putagán, el profesional encontró piedras horadadas y, más tarde, en el sector denominado el Melado halló arte rupestre. Desde entonces se ha dedicado a investigar con profundidad el tema.
Los primeros descubrimientos
El arte rupestre es un tipo particular de vestigio arqueológico, un resto material creado por sociedades humanas que ya no existen. Se trata de representaciones gráficas plasmadas en cuevas, aleros o paredones.
Este fenómeno cultural aparece en la Tierra junto al surgimiento del Homo sapiens, hace aproximadamente 60.000 años, y se desarrolló transformándose en lo que conocemos como las “artes plásticas”.

Dependiendo del soporte en que eran realizadas las representaciones gráficas, los diseños recibieron distintos nombres. Así se conoce como arte mobiliar a los dibujos que están sobre objetos portables, tales como piezas de cerámica, cestería, madera y hueso; litoescultura a los motivos esculpidos en utensilios de piedra; arte mural a las pinturas, grabados o esculturas que forman parte de complejos de arquitectura monumental y, finalmente, arte rupestre a las pinturas y dibujos realizadas en rocas y cavernas.
Según las distintas épocas y ubicaciones geográficas, el arte rupestre respondía a variadas motivaciones y finalidades. Por ello, es un vestigio que puede brindar información acerca de hombres que vivieron hace siglos en un determinado lugar. Testimonio material de la vida de estas sociedades y su forma de ver el mundo.
Como todo arte, los diseños rupestres eran un medio de comunicación entre el artista y su sociedad; develar el mensaje es la ardua tarea de los investigadores. Uno de los problemas más complejos que deben enfrentar los arqueólogos, es determinar los períodos a los que pertenece una determinada representación gráfica, pues en la mayoría de los casos falta material arqueológico de edad conocida asociado con las manifestaciones artísticas.
Los Petroglifos de Colbún (Chile, séptima región del Maule)
Los Petroglifos, son aquellas figuras o dibujos que fueron grabados sobre la roca aplicando medios mecánicos como la percusión, lograda por golpes directos o indirectos (como los que actualmente se lograrían con un cincel) que producen una diferencia del microrelieve rocoso. Muy comunes son los dibujos obtenidos por medio del raspado o frotado, que se logra utilizando una piedra u otro instrumento.

En el año 1958, militares de la escuela de artillería de Linares dieron a conocer las primeras noticias de la existencia de un extenso campo de petroglifos en el cajón de calabozos, en la cordillera del Melado. El hecho motivó al geólogo George Muller ha efectuar un primer reconocimiento del lugar ese mismo año.
Una década más tarde, el investigador Hans Niemeyer efectuó el primer estudio sistemático al respecto. El trabajo significó siete excursiones a otros cajones cordilleranos de la zona, lo que lo llevó a descubrir nuevos sitios que presentaban el mismo tipo de arte rupestre, que desde entonces pasaría a ser conocido como “estilo Guaiquivilo”.
En 1999 una nueva generación de investigadores decidió retomar el estudio de estos petroglifos, actividad que emprendieron cuando su proyecto fue favorecido con recursos del FONDART (Fondo de Desarrollo de las Artes y la Cultura, del Ministerio de Educación). El objetivo de esta iniciativa, era redescubrir y recuperar el arte rupestre de Guaiquivilo y, en efecto, el trabajo sirvió para actualizar los datos y la documentación existente, comparar y evaluar el deterioro sufrido, y obtener registros actualizados con fotos a color, diapositivas y video. En enero del 2000 el equipo efectuó una segunda expedición en el cajón calabozo, lo que les permitió ampliar aún más los datos pesquisados.
Hombres Felinos de México a Chile
El felino es un símbolo de mucha relevancia en la vida de los hombres de los primeros pueblos mesoamericanos. El animal se hallaba presente en sus creencias religiosas, su iconografía y sus mitos de origen. Esto se ve en distintos tipos de representaciones gráficas desde México hasta el arte rupestre Guaiquivilo de la cordillera del Melado.
Haciendo un recorrido que lleve de norte a sur del continente, el primer ejemplo claro de la presencia felina en la representación mesoamericana es la cultura Olmeca, que floreció en el Golfo de México entre los años 1200 y 400 a.C. Allí el elemento felino está presente a través de los atributos del jaguar que aparecen mezclados con las características humanas. Es común encontrarse incluso con una combinación que presenta diferentes grados de mezclas; desde un jaguar humanizado, hasta un hombre con atributos felinos.

En el caso de piezas de menor tamaño, elaboradas principalmente de jade, el tema más frecuente son las figurillas humanas de rasgos felinos. Muy bien elaboradas y pulidas, en ocasiones presentan un agujero para ser usadas como pendientes.
Teotihuacan, o el lugar de los dioses, es el símbolo sagrado donde se dan cita los más profundos conceptos de la cultura mesoamericana, la cual floreció desde el año 0 al 700 d.C. y se estructuró sobre la base de estados regionales.
La deidad tutelar de Teotihuacan es Tláloc, dios de la lluvia, se encuentra representado con anteojeras, orejeras, un gran tocado de plumas y colmillos felinos. En Tikal, nuevamente hay evidencia del hombre-jaguar representado en el Señor de Tikal “Garra de Jaguar”, que vivió desde el año 300 al 378 d.C., estableciendo contactos comerciales a larga distancia con Teotihuacan.
En la cultura Maya, especialmente en el periodo formativo tardío (400 a.C. al 250 a.C.) y durante el periodo clásico hasta el 1000 d.C. encontramos representaciones, especialmente en murales de guerreros con capas de jaguar.
El imperio azteca forjó su expansión y grandeza a partir de innumerables guerras, que debió afrontar tanto para conquistar y expandir territorios, como para obtener prisioneros que sirvieran para los sacrificios en honor a los dioses. Por lo tanto, la aptitud guerrera era la base del poder del pueblo y la valentía y habilidad de sus hombres les permitía organizarse como un ejército perfectamente disciplinado. Dentro de esta sociedad, los guerreros conformaban uno de los estratos más importantes, entre estos sobresalían precisamente los guerreros-jaguares.

Hacia el sur encontramos la cultura Chavín, que entre los años 1000 y 200 a.C. extendió su estilo de arte, religión y sus tradiciones por gran parte de los Andes Centrales. El felino es uno de los seres más relevantes de la cosmovisión de este pueblo. “Cuando se ingresa al Templo de Chavín, se tiene la sensación de entrar en un mausoleo lleno de fantasmas... El silencio es total, pues ni siquiera se escucha el ruido del viento exterior, del que uno está separado por gruesas murallas y un sólido techo de piedra. Las galerías son angostas, altas, frías; es fácil perderse en ellas... Al centro hay un cuchillo gigantesco, tallado en piedra, como caído del cielo y clavado en lo profundo de la tierra; le llaman el Lanzón, tiene más de cuatro metros. Pero no es simplemente la figura de un cuchillo, es más bien la imagen de un dios humanizado, que muestra las fauces con filudos colmillos curvos. Tiene la mano derecha en alto y las uñas son garras y los cabellos, serpientes”, señaló el arqueólogo Luis Lumbreras en 1979.
Según el investigador, Chavín es una síntesis que surge de un conjunto de aportes de los hombres andinos de la sierra, la costa y la selva, que conforman un nuevo sistema económico dependiente de la agricultura, lo que trae consigo nuevos conceptos mágico-religiosos. Probablemente, en los primeros momentos de este nuevo sistema social la persona con más prestigio en la comunidad fuera el sacerdote chamán, quien era el intermediario entre el hombre y la naturaleza.
El concepto de la relación hombre-felino ha sido analizado por diversos especialistas, quienes han concluido que esta estructura mitológica se desarrolló antes de que el hombre ingresara a América, puesto que la idea básica de la transformación del hombre en felino, se encuentra también en la mitología de las tribus aborígenes siberianas y del noreste de Asia.
La importancia de los felinos en las culturas indígenas reside en la fuerza del animal y la creencia más arraigada es la que supone la transformación del chamán en jaguar. Los primeros indicios de esto aparecen hacia el año 2000 a.C. en Huanuco a través de los estilos alfareros de Wairajirka y Kotosh, culturas previas a Chavín.
La influencia Chavín la encontramos luego en la alfarería y en los textiles paracas, elementos que en opinión de la arqueóloga Alana Cordy-Collins fueron un manual de instrucción religiosa. La hipótesis de este mecanismo de difusión se basa en la repetición del hombre-jaguar asociado a plantas alucinógenas como el cactus de San Pedro. Esto es un signo claro de que el sistema religioso y su éxito estuvieron sustentados en un sistema chamánico que inspiró y configuró el arte Chavín.

En el libro “El Chamán y el Jaguar” de Gerardo Reichel-Dolmatoff, donde se estudian las creencias de los tukanos (tribu colombiana actual), los aborígenes aspiran vihó, un polvo alucinógeno extraído de la resina de diversas especies del género virola para transformarse en jaguares. “Fue en el comienzo de los tiempos. Nuestros antepasados eran payés (chamanes), poseían el vihó del jaguar devorador, tenían vihó para volverse jaguares y personas, tenían vihó para hacerse dobles. Todo esto puede hacerse con vihó”, señala uno de los aborígenes en el libro.
En la costa norte del Perú, entre los años 100 y 800 d.C. surge la cultura Moche, sustentando sus ejes entre el mar y la tierra. El arte mochica posee un alto grado de naturalismo en las figuras, incluso en la representación de seres sobrenaturales. Existe un ser sobrenatural con boca de felino, aretes formados por una cabeza de culebra y un tocado de jaguares, generalmente está con manos y pies en movimientos y relacionado con escenas marinas. Los guerreros fueron un estrato social importante en la sociedad Moche y se los asociaba al jaguar.
Al sur del Perú, comienza a surgir otra cultura que ha dejado una huella en las pampas desérticas: las gigantescas figuras de Nazca. Estas representaciones gráficas fueron desarrolladas entre los años 100 a.C. y 700 d.C., período que conocido por la arqueología peruana como los Desarrollos Regionales, ya que en este tiempo surgieron también otras culturas como las Vicús, Moche, Cajamarca, Lima, Recuay y Tiwanaku.
Esta etapa de Desarrollos Regionales se caracteriza por el surgimiento de pueblos con un definido carácter urbano, con gobiernos que en sus inicios tienen un carácter teocrático para dar paso a gobiernos militaristas.
Los orígenes de la cultura Nazca, por ejemplo, se remontan a la vieja cultura Paracas y se estima su desarrollo autónomo alrededor del año 100 a.C. Es posible encontrar evidencia de su arte en la cerámica y los textiles y, en menor grado por razones de conservación, en objetos de huesos, madera y calabazas pirograbadas. Esta cultura es ampliamente conocida por sus geoglifos, enormes diseños geométricos y biomorfos realizados en el desierto.

En sus iconografías encontramos representaciones del hombre-jaguar en sus textiles y en las denominadas Criaturas Fantásticas, entre las cuales sobresale “el Gato Moteado” con características felinas, al igual que la “Criatura Serpentina”, figura de cuerpo alargado de bordes aserrados con su típica cabeza de felino. El denominado “Ser Antropomorfo”, con apariencia humana, con naricera y tocado con motivos felinos, portando un mazo en una mano y en la otra una cabeza-trofeo. Asociados a este personaje aparecen productos agrícolas, aves o peces, que han sido interpretados en el contexto iconográfico como una unión entre el reino imaginario y el austero mundo real en un contexto chamánico.
Otro personaje tiene hachas, cabezas-trofeos, cuerpos decapitados, ojos divididos y colmillos entrecruzados y de perfil mira hacia arriba ejecutando una forzada contorsión, postura que recuerda a ciertos aborígenes del amazonas cuando ingieren alucinógenos para estar en trance y convertirse en jaguares, lo que también podría asociarse al chamanismo. Estos personajes sacrificadores habrían sido chamanes itinerantes, quienes en sus viajes difundieron la religión Pukara.
Hacia el siglo IV d.C. en el sur del lago Titicaca comienza la expansión de la cultura Tiwanaku, la que asimila de la cultura Pukara varias de las imágenes de su arte, como las de los chamanes sacrificadores y los felinos. Es razonable pensar que éstas y otras transferencias culturales implicaron el traspaso de toda una cosmovisión.
Al igual que antes ocurriera en Pukara, la influencia de los chamanes sacrificadores en la sociedad Tiwanaku fue ostensible. Dotados de poderes excepcionales producto de los atributos míticos del jaguar, ejercían una notable influencia sobre la población, especialmente a través de los llamados rituales de santificación.
Hacia el sur andino surge más tarde el Imperio Inca, cuya ciudad capital, el Cuzco, era considerada el centro del mundo, por lo tanto, el lugar más importante desde el punto de vista religioso. Su diseño tenía la forma de un felino, delimitaba su cuerpo los ríos que cruzaban la ciudad y la cabeza correspondía a Sacsayhuamán y al centro estaba la plaza ceremonial, llamada Haucaypata-Cusipata.
Los chamanes de esta cultura, especialmente aquellos dotados con los atributos del jaguar, ejercieron una notable influencia sobre la población. Ellos determinaban el calendario de ritos y otras actividades asociadas con la agricultura, controlaban las lluvias, las sequías e inundaciones y, supuestamente, fueron ellos los que estuvieron detrás de los señores que organizaron la población de Tiwanaku, imperio que mucho antes de los incas se extendió hasta el actual territorio chileno.

En las grandes ceremonias religiosas que se desarrollaron en el Cuzco, los rituales eran presididos por el Vilac Umu, sacerdote principal de la casta chamánica felina. Luego, la representación del dios-felino lo encontramos en el norte Grande en máscaras con características felínicas recuperadas de sepulturas en Arica, Iquique, Calama. En el Arte rupestre de esta región también existe la representación del felino en los petroglifos de Angostura y Río Loa superior, donde hay escenas religiosas en que aparece tres veces en su rol de divinidad, asociado a sacrificios humanos.
El único geoglifo donde se ha encontrado estilo naturalista es en la quebrada de Tiliviche, al norte de la Pampa del Tamarugal. En la quebrada de Guatacondo se encuentra un geoglifo conseguido por despeje de la cubierta del cerro y amontonamiento de las piedras oscuras semeja la piel de un felino y su cachorro.
En los petroglifos del santuario del Valle del Encanto, en Ovalle, existe un patrón común en los denominados “cabezas de tiara” los que muestran representaciones felínicas. La boca y los ojos forman una cara de por sí, el motivo central fue conceptuado aparentemente en el sentido que el rectángulo superior con los ojos y la nariz constituyen un solo rostro con la boca que pertenece a la cara inferior. La fusión de dos caras dentro de un marco es frecuente en el arte andino, lo que se nota en las culturas Chavín, Paracas y Nazca.
En los petroglifos del estilo Limarí es posible apreciar rasgos felinos estilizados. Es en este punto donde el viaje hacia el sur nos lleva a la zona andina central, más precisamente a la provincia de Linares, donde se encuentran entre los petroglifos de Calabozos, dentro del denominado estilo Guaiquivilo, la representación de dos pies acompañadas de rastros felinos.
Este petroglifo fue descrito por Hans Niemeyer y Lotte Weisner, en las Actas del VI Congreso de Arqueología Chilena en 1971. En la cordillera del Melado, específicamente en el cajón de Calabozo se encuentran grabados en los planchones rocosos cientos de petroglifos entre los cuales, y ocupando un sitio muy especial por su ubicación y el detalle de la roca base, hay un petroglifo que sería la representación mas austral del hombre- jaguar.
La platina es de un color café-rojizo, aislado del resto de los grabados que cubren las rocas vecinas en forma abigarrada, el lugar escogido permitió a su autor trabajar arrodillado, es un diseño fino y detallado, se interpreta como la transformación del felino en hombre por la dinámica que imprimió en su visión en conjunto del dibujo. El dibujo no presenta actualmente alteraciones por condiciones climáticas ni la intervención del hombre.
