Desastre nuclear
Chernobyl: la catástrofe que continúa
El desastre nuclear ocurrido el 26 de abril de 1986 en el actual Estado Independiente de Ucrania, liberó 500 veces más radiación que la bomba atómica arrojada por Estados Unidos sobre la ciudad japonesa de Hiroshima en 1945.
La catástrofe se produjo 160 kilómetros al norte de Kiev, cuando a la 1:23 de la madrugada el reactor número 4 de la central nuclear de Chernobyl sufrió el mayor accidente de su tipo en la historia.
Todo comenzó cuando los encargados de la planta decidieron reducir paulatinamente la potencia de generación, para iniciar un test en el circuito refrigerador del reactor. Entonces, una suma de circunstancias -posteriormente atribuidas a fallas en los sistemas de control, la riesgosa desactivación del sistema de seguridad exigida por el test y la ineficaz actuación de los operadores ante la emergencia- desataron la catástrofe.
Hora y media después de realizada la prueba, se inició una incontrolada generación de vapor en el núcleo del reactor, superando en 100 veces los máximos admitidos. Luego, los conductos de alimentación y la coraza protectora de grafito del núcleo estallaron a consecuencia del aumento de la presión, produciéndose un pavoroso incendio y la liberación al exterior de ocho toneladas de combustible radiactivo tras una doble explosión que destruyó el reactor y su cubierta.
La catástrofe afectó un área donde vivían casi 5 millones de habitantes, mató en el acto a 31 personas y las poblaciones en un radio de 30 kilómetros cuadrados debieron ser definitivamente evacuadas. Además de perniciosos efectos sobre la salud de los afectados por las radiaciones externas, el accidente significó la inhalación y la ingestión de isótopos radiactivos, principalmente de cesio y yodo, que provocaron una elevada incidencia de cáncer de tiroides en niños. Respecto de la incidencia de otros tumores, quince años después del suceso, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) afirmó que habían aparecido menos de los previstos inicialmente.

Si bien en un comienzo el desastre fue disimulado por Rusia, la propagación de una nube de humo radiactivo sobre gran parte de Europa dio trascendencia mundial al hecho, que afectó principalmente a Ucrania, Rusia y Belarús.
A 17 años de la tragedia, se estima que más de 30.000 personas han muerto y millones son víctimas de la contaminación directa o de las consecuencias de la radiación. Además, la radiación lanzada a la atmósfera significó un gran aumento de enfermedades genéticas. En total, siete millones de personas padecen efectos secundarios producto del desastre nuclear, los que han sido clasificados como agudos (muerte o deterioro físico grave), de largo plazó (cáncer) y psicológicos (miedo a estar afectados).
Los limpiadores o liquidadores -600.000 personas entre civiles y militares- fueron quienes llevaron a cabo las tareas de emergencia como ayuda médica, extinción del fuego y limpieza luego de la explosión del reactor, trabajo que duró varios años. Ellos son los que más han sufrido las consecuencias de la radiación, presentando enfermedades tales como cáncer, patologías digestivas y respiratorias, trastornos circulatorios y traumas, como si enfrentaran un proceso de envejecimiento acelerado.
Según científicos israelíes y ucranianos, los hijos de quienes limpiaron el reactor después de la explosión sufrieron mutaciones genéticas. De hecho, los menores concebidos después de 1986 presentan un aumento inusitado en este tipo de fenómenos. En el estudio, realizado con familias residentes en Ucrania e Israel, se utilizaron dos tipos de controles: uno interno, con los hermanos mayores de los afectados que fueron concebidos antes del accidente, y uno externo, con familias no expuestas a la radiación.

Los resultados de esta investigación fueron publicados en la revista británica Proceedings of the Royal Society: Biological Sciences en mayo del 2001, y mostraron un aumento de siete veces en el número de mutaciones en los niños engendrados luego de la tragedia. Aunque estas respuestas podrían haber sido espontáneas en vez de secundarias a la exposición, la posibilidad se desestimó en vista que los hijos nacidos previamente a la catástrofe, pese a haber crecido en el mismo entorno que sus hermanos pequeños, no sufrían alteraciones genéticas parecidas. Asimismo, se estableció una relación directa entre la incidencia mutacional en los afectados y la duración de la estancia de sus padres en la zona contaminada por la radiación, y una relación inversa entre esta incidencia mutacional y el tiempo transcurrido desde la exposición hasta la concepción del niño. El estudio muestra que, a diferencia de lo que se había creído anteriormente, la radiación en bajas cantidades puede modificar la información genética del ser humano.
Los costos
Debido a las dimensiones de la tragedia, ha resultado muy difícil atenuar las consecuencias del accidente, en parte por la escasez de recursos aportados por la comunidad internacional, ya que Ucrania, Rusia y Belarús tienen importantes problemas económicos y no pueden solventar por sí mismos las necesidades de las numerosas víctimas. De hecho, las tareas relacionadas con las consecuencias del desastre consumen el 20 por ciento del presupuesto de Belarús, 10 por ciento del de Ucrania y uno por ciento del de Rusia.

Las estadísticas sanitarias de estas naciones muestran el claro aumento de enfermedades relacionadas con la exposición a radiactividad. El riesgo de cáncer de tiroides, por ejemplo, se multiplicó por 10 en Ucrania, país que tiene 50 millones de habitantes, y más de un seis por ciento de su población ha sido afectada por el accidente, incluyendo a un millón de niños. Allí se ha registrado también un importante descenso de la natalidad, y la mortalidad infantil casi triplica el promedio europeo.
En Belarús los casos de cáncer infantil de tiroides se multiplicaron más de 30 veces, mientras que la contaminación causada por el accidente afecta a unos 57.000 kilómetros cuadrados de territorio Ruso, donde viven tres millones de personas, de las cuales 10.000 murieron y 184.000 sufrieron consecuencias de diversa índole, especialmente quienes trabajaron en el sitio de la explosión y su entorno.
En diciembre de 2000, las autoridades ucranianas desactivaron el tercer reactor nuclear de la central, que era el último que permanecía en funcionamiento. El primero, instalado en 1977, fue desactivado 20 años más tarde, y el segundo no fue reparado luego del incendio en el edificio de turbinas, en 1991.
Sobre el cuarto reactor nuclear -el que produjo la tragedia- se construyó una enorme estructura que sirve como aislante, conocida como “el sarcófago”. Sin embargo, este gran dispositivo está en malas condiciones, por lo que algunos funcionarios de la central nuclear temen que pueda producirse alguna filtración que libere en la atmósfera toneladas de polvo radiactivo letal.
Autoridades de la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), han señalado en reiteradas oportunidades que el impacto humanitario total del desastre aún no se conoce, y que deberá transcurrir largo tiempo antes que algunas víctimas presenten enfermedad.
La energía nuclear tiene poco más de 50 años, pero el precio a pagar por las ventajas obtenidas ha sido inmenso. El accidente de Chernobyl es el más grave pero no el único, además del problema de los residuos de alta actividad, que serán peligrosos durante más de cien mil años.
Por Paloma Baytelman
