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EDITORIAL
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SERVICIO DE ALIMENTACIÓN HOSPITAL MANUEL ARRIARÁN
Gladys Romero Hernández
Nutricionista. Hospital Manuel Arriarán B.
Abril
2014.
Volumen
13
-
N
°
56
El primer recuerdo que viene a mi mente del
Hospital Manuel Arriarán, es cuando siendo muy
pequeña iba de la mano de mi madre a control
médico, siendo recibida en ese entonces por
un joven médico, quien al verme extendía sus
brazos para recibirme. Por supuesto yo corría
a sus brazos y me alzaba. Que felicidad ese
encuentro, era lo que mitigaba mi dolor y hacía
más tolerante las próximas citaciones.
De ese entonces visualizo una gran casona con
recintos cerrados, de corredores con ventanales
de vidrio, amplios espacios y jardines. Me vienen
a la memoria los rosales trepadores y buganvilias
de la entrada, las palmeras, ceibos, jacarandaes
y los añosos pimientos que aún, porfiadamente
persisten.
Con el paso del tiempo, transcurrieron los años
y volví, ya una profesional recién egresada, para
ser sincera a disgusto, porque encontraba el
Hospital muy antiguo y feo, tal vez me dejaba
llevar por la infraestructura, que por mi juventud
no sabía valorar. El cargo a desempeñar era un
reemplazo maternal, pre y postnatal, que acepté
porque mi decisión era trabajar pronto. Terminado
este período, me quedé como era habitual en esa
época, sin remuneración ni esperanza de cargo,
solo atraída por la calidad profesional y humana
del equipo de colegas, el entorno del personal de
alimentación y personal en general de los servicios
clínicos.
Dios permitió que la cátedra del profesor Dr. José
Bauzá Frau del Hospital Roberto del Río,
se trasladara al Hospital Arriarán donde
posteriormente me encontré con el Dr. Roberto
Infante Yávar, una de las personas que me apoyó
junto con el Dr. Llodrá y como tutor de Tesis el
Dr. José Bauzá, para recibir mi título.
El Dr. Infante Yávar, con la gentileza que lo
caracterizaba, hizo de ese encuentro una magia,
ofreciéndome un cargo a través de la cátedra del
Profesor Bauzá, pues en ese momento tenían
la posibilidad de solicitar profesionales para la
nueva planta de funcionarios. Ello permitió
quedarme definitivamente en el Hospital Arriarán.
Como pueden percibir, la opinión que tenía se
revirtió aún más, pues la calidez y acogida de mis
colegas de la época, el tiempo que compartimos
fue muy gratificante. Era un grupo apoyador,
jóvenes palomas blancas de impecables
uniformes, de tela que se almidonaba, igual que
las tocas que usábamos y zapatos blancos, todas
de un mismo estilo de presentación, como se
acostumbraba en cada grupo de acuerdo a su rol.
En la Central de Alimentación había un comedor
donde llegábamos diariamente, más o menos a la
misma hora a almorzar; esta convivencia alrededor
de una mesa, compartiendo la misma alimentación
normal de los pacientes era acogedora. Nuestra
conversación era variada y entretenida, muchas
veces temas relacionados con los pacientes,
relatos técnicos y experiencias del día. Todo ello
permitía enriquecer nuestros conocimientos,
agregándose una entrega incondicional, lo que
hizo un equipo cohesionado, transparente, sin
doble estándar, una excelente voluntad y